lunes, 3 de agosto de 2009

Sin muros. Sin distancia. Me percibo...


Como si fuera un hilo de oro que brotaba del abismo de mi alma, su mano se fue alejando de mi cuerpo. Sin ruptura. Sin violencia. Sin abandonos. Sentía una extraña armonía entre lo lejano y lo que está cerca. La cercanía de Su mano y la lejanía de mi alma. Ese vínculo de oro expresaba que entre los extremos no hay distancia. La piel derribó los muros de la desconfianza y el suave susurro de la respiración aliviaba lo que en ese universo desconocido pudiera estar en carne viva.

La entrega serena de lo que en algún tiempo me fue arrebatado… volvía a nacer como un niño… entre llantos y manos que delicadamente lo limpiaban, besaban, amaban.

Palabras filosas de viejos días se escondían en la dureza de algunas broncas y en la áspera injusticia de no haber protegido lo que más valía.

Esos ojos llenos de agua y la mirada de fuego recorrían el paisaje purificando lo que era gris, fecundando lo que sueña con crecer; integrando fragmentos dispersos que detrás de las rejas se miraban como enemigos desafiantes hasta la muerte. Lo que había quedado contenido entre miedos y desamparos se asomó tímidamente, y estos crueles gigantes fueron sorprendidos con la evidencia en sus manos… y se rindieron a sus pies… se paralizaron por vergüenza prometiendo no volver a esclavizar los sentimientos más genuinos de ningún inmortal. Ellos tienen poder sólo en la carne de los mortales.

Cuando dos personas descubren el hilo de oro que los une… ingresan en la inmortalidad, el agua corre libremente y el fuego no se apaga.

Los mortales queremos pisar suelos firmes y para esto existen manos pacientes que nos conducen y alientan a crecer. Las manos pacientes son tierra firme para los pies vacilantes. La libertad se experimenta cuando esas manos nos sostienen los pies… es, entonces, cuando la frescura del aire ingresa hasta la profundidad más inhóspita despertando sensaciones nuevas que siempre estuvieron ahí… dormidas… sin haber sido llamadas nunca por nadie y que ahora, por haber sido tocadas… se juraron a sí mismas no volver a desvanecerse en la cuna del olvido.

Desperté. Me percibo sereno. Ese hilo de oro existe… y yo… tengo el alma más buena.

2 comentarios:

Victoria de los pies desnudos dijo...

Se está armando un nuevo libro...

moi dijo...

Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos... le dice el zorro al principito. Sera ese hilo dorado la esencia, lo que nos hace únicos, aquello que trasciende tiempo, espacio y vida y nos torna inmortales? :) lindo Gon! Gracias!