miércoles, 31 de marzo de 2010

Ser digno de ser

En los años que llevo de acompañamiento a las personas en sus procesos vitales hay un tema que siempre aparece en la conversación: el esfuerzo que hacen para demostrar cuán valiosos son como personas.
Esfuerzo que muchas veces los lleva a apartarse de su propio centro. Los aleja de su fuente interior. Se agotan. Se autodestruyen. Quedan vacíos. Se traicionan. Pagan un alto precio por demostrar algo que no tiene precio.

Al no percibirse como dignos de ser buscan la dignidad en el hacer. Tratan de justificar su existencia haciendo, produciendo, generando, batiendo records, haciendo alarde, en definitiva, buscando afuera lo que adentro no late ni resuena.

Así es como la propia estima busca fortaleza en cosas muy efímeras. Cosas que duran un instante y se escurren entre las manos. La persona siente el abismo y el vacío porque en todo momento está en juego su valor como persona, como padre o madre, como esposo, como profesional, como amigo. Todo el tiempo se está rindiendo examen.

¡Cuánta tensión! ¡Cuánta insatisfacción!

Nada nos llena. Ni los reconocimientos ni los aplausos…

¿Cómo iniciar un camino de auto validación, de auto valoración?

Lo que les puedo asegurar es que si lo hacen, se les notará en la cara algún destello de paz interior…

miércoles, 17 de marzo de 2010

La condición humana

Sé paciente con todo lo que aún
no está resuelto en tu corazón…

Trata de amar tus propias dudas…

No busques las respuestas que no se pueden dar,
Porque no serías capaz de soportarlas.
Lo importante es vivirlo todo.

Vive ahora las preguntas.
Tal vez así, poco a poco,
sin darte cuenta,
puedas algún día vivir las respuestas.

Rainer María Rilke


Preferimos las preguntas que quedan abiertas a las respuestas tranquilizadoras.

Preferimos caminar solos a tener que adaptar nuestro paso para caminar juntos.

Preferimos la seguridad de lo controlado a la apertura a lo desconocido.

Preferimos encerrarnos en nuestras ideas a escuchar lo distinto.

Preferimos la tranquilidad de los iguales a convivir con lo diverso.

Preferimos autenticidad con lo que sentíamos a negarlo frente a nosotros mismos.

Preferimos el riesgo de la propia elección a la seguridad de lo preestablecido.

Preferimos confiar a aislarme en el propio castillo.

Preferimos exponernos a guardarnos.

Preferimos asumir las consecuencias de las propias elecciones a responsabilizar a otros.

Preferimos ser víctima a pararnos en los propios pies.

Preferimos animarnos a caminar a las ataduras de los miedos.

Preferimos enfrentar que callar los conflictos.

Preferimos construir un personaje a escuchar nuestra verdad.

Preferimos encerrarnos en nuestras necesidades a animarnos a experimentar la entrega.

Preferimos poner la mirada en el otro a quedarnos mirando el propio ombligo.

Preferimos copiar la vida de otro y no vivir la propia.

Preferimos vagar según el viento que arraigar en el compromiso.

Preferimos quedarnos en el dolor por lo no alcanzado a valorar lo recorrido.

Preferimos vivir desde la cabeza a tener que aceptar mis sentimientos o necesidades.

Preferimos ponernos a distancia a tener que experimentar la tensión de los vínculos.

Preferimos callar la vida a escuchar sus gritos de expansión…

lunes, 15 de marzo de 2010

El autoconocimiento como fuente de libertad

Les comparto este texto que me deja pensando mucho…

Epicteto nació en Hierápolis el año 50 d.C. era esclavo, y su amo lo maltrató hasta el punto de dejarlo rengo. Fue llevado a Roma como esclavo y allí estuvo al servicio de Epafrodito, un liberto de Nerón, que lo trató de forma inhumana.

Con él aprendió Epicteto que alguien que ha sido herido por otro, sigue hiriendo. Como esclavo que había sido, Epafrodito hubiera podido compadecerse de la suerte de Epicteto. Pero sucedió exactamente lo contrario. Pues al no haber asimilado sus heridas, las traspasó.

He aquí una ley fundamental que la psicología actual describe una y otra vez. Las heridas no asimiladas nos condenan a herirnos a nosotros mismos o a herir a los demás. Si no herimos a los demás, entonces nos herimos a nosotros mismos, bien autocastigándonos, bien minusvalorándonos, bien incluso automutilándonos.

Algunas actitudes, pensamientos, palabras, enfermedades, dan la impresión de ser una especie de autocastigo, donde el rechazo que se experimentó de niño se transforma en ellas en rechazo y odio hacia uno mismo.

El camino hacia la libertad interior.

Epicteto asimiló sus heridas. En efecto, toda su filosofía se mueve en torno a la pregunta de cómo el hombre puede ser libre frente a las heridas que le causan los demás. Él reconocía que el hombre sólo puede ser libre si quiere serlo. Esa libertad se manifiesta sobretodo en que nadie puede herirnos si nosotros no queremos. Otro hombre sólo está en condiciones de herirnos si nosotros nos herimos o no hacemos daño.

El hombre es interiormente libre. Si deja que los demás le hieran, entonces, él es el culpable. Pues si el hombre es plenamente él mismo, si descansa sobre su eje, nadie podrá herirle, nadie tendrá poder sobre él.

Para Epicteto, el trabajo en uno mismo consiste en “impedir que las cosas externas… penetren en el lugar sagrado del verdadero yo. Por eso, lo primero que el hombre ha de hacer es descubrir y delimitar mediante el “conócete a ti mismo” su verdadero ser…

Anselm Grüm

domingo, 7 de marzo de 2010

El retorno a lo elemental

Encender el fuego para tener un poco de luz y de calor. Rastrear una vertiente hasta su fuente más pura. Caminar descalzo por el pasto, tocar la tierra, embarrar los pies. Dejar que el viento golpee la frente.

Fuego, tierra, aire, agua.

Tomar contacto con lo primitivo, primigenio, ancestral.

Dejar que la mente se enfoque en lo concreto, tangible, real, presente.

Lo que sucede es lo que veo. Que el río fluye. Que el fuego necesita más leña, que debo cubrirme del viento que se ha tornado más fresco y que el barro de mis pies se está endureciendo. Que la naturaleza nos pone sus frutos al alcance de la mano.

Desaparece la preocupación. Nace la ocupación.

Habitar la extraña sensación de comer cuando como, de cocinar cuando cocino, de caminar cuando camino, de respirar cuando respiro, de leer cuando leo y de estar, a cada momento, íntegramente ahí.

Estoy muy poco habituado a estar en un solo lugar.

Hemos crecido en una cultura donde estar en veinte y treinta cosas a la vez es una virtud. Pensamos que una persona es más importante cuando maneja varios frentes al mismo tiempo. Cuando sus frases de cabecera son: “Estoy a mil”, “Estoy a full”.

Cuando su estima se apoya en la cantidad de cosas que hace. Cuando despliega incontables dispositivos para estar conectado con el mundo entero. Cuando desarrolla el estilo de vida de un “imprescindible”. “Si no estoy yo, las cosas no se hacen”. La mente corre desbocada por la interminable lista de pendientes. Las emociones se reprimen o se desbandan, el cuerpo se contractura, el sentido último se desdibuja, y la persona pierde su eje, su foco, su libertad, su casa, su hogar...

La ansiedad te persigue sin tregua y acelerás el paso para que la insatisfacción no te alcance.

Las sensaciones con las que me voy encontrando estos días están asociadas a:

una mente limpia sin pensamientos tóxicos
un cuerpo que se siente escuchado
una sonrisa bien puesta
un corazón contenido sin emociones perturbadoras
un sentido de integración maravilloso.

Y no estoy a mil. No estoy a full. Estoy ocupado. Hago una cosa por vez.