
Impotencia y frustración me inundan cuando esto me sucede.
Hay quienes parecen incapaces de expresar verbalmente las emociones, debido a la dificultad que tienen para identificar, entender o describir lo que sienten.
Cuántas veces dijimos: "No tengo palabras", "me siento extraño", "tengo un nudo en la panza", "se me cierra la garganta", "me falta el aire", "no sé qué me pasa" o, simplemente, no nos dimos por enterados de que dentro de nosotros se estaba librando una batalla. Esas palabras que no llegan, esos sentimientos que no reconocemos, son pasajes de ida a un mundo donde reinan la confusión, la insatisfacción, las apariencias.
Es que la alexitimia se presenta como una perturbación cognitivo-afectiva. En otras palabras, una dificultad para diferenciar las sensaciones corporales de los sentimientos.
No es que la persona no tenga afectos sino que no puede distinguir matices o intensidades. No es que uno sea limitado en su vocabulario; ocurre que las palabras no aparecen a la hora de hablar de todo o, al menos, de "algo" de lo que nos pasa.
Imaginemos un volcán. Si la montaña tuviera posibilidades de decir: "Estoy enojada, muy enojada; no quiero esto para mí pero... allá va mi enojo", mucho más leve sería la erupción. Quien no reconoce lo que siente o le faltan las palabras para explicarlo, será muy posible que caiga en "erupciones" como expresiones de conflicto.
Los alexitímicos suelen convertirse en personas agresivas con el entorno, pero fundamentalmente consigo mismas. Lo que no se expresa hacia fuera… estalla hacia adentro. Dolor de cabeza, garganta, pecho cerrado, úlcera, gastritis son algunas de las consecuencias corporales de la alexitimia.
El cuerpo habla, grita, llora, gime…
Para una terapia eficaz habrá que encontrar caminos que nos permitan llegar adonde conviven el afecto y la palabra.
Se me viene la imagen de un descenso hacia las profundidades de uno mismo. Habitar el propio templo sagrado donde laten y vibran las cosas más valiosas de uno mismo.
El psiquiatra chileno Fernando Lolas subraya en la obra de Sivak y Wiater que "el sistema verbal es un constituyente esencial del afecto, tanto en sus dimensiones conscientes como en las inconscientes". El ser humano necesita verbalizar sus sentimientos y emociones, convertir en palabra y en diálogo sus afectos. "El diálogo es con uno mismo, con los otros, con el pasado, con el futuro", dice Lolas.
El diálogo es la concreción, la puesta en acto de las emociones. Primero uno conoce, reconoce, identifica; luego lo representa, lo simboliza, le pone palabras. Por esto, médicos y terapeutas deben enseñarle al paciente a descubrir las conexiones que existen entre sus reacciones físicas y sus afectos. Y para que esto sea posible, habrá que ofrecerle nuevas herramientas y recursos para ganar en flexibilidad e imaginación.
*Algunos textos son míos y otros de un artículo del diario La Nación.