
La vida es lo que sucede allí dentro...
Yo creía en mundos ideales... y por momentos los creaba y los buscaba por todos lados... a corto plazo el proyecto funcionaba. Pero a mediano empecé a sentir cierto ahogo, y a largo plazo ya tenía claros signos de mortalidad. El encierro es una enfermedad terminal.
Los sistemas cerrados son aparentemente más seguros. Son más previsibles. Más controlables. Se reducen los riesgos y también las sorpresas. Todo se conoce. Lo conocido tranquiliza.
Ya casi nada te desacomoda ni te desafía. Te instalás. Marcás tus dominios. Y una lápida invisible se levanta declarando la muerte de tu espíritu...
Los sistemas abiertos son más incómodos. Te molestan. Te exponen. Te sacuden, modifican, te ponen delante de nuevas preguntas cuyas respuestas no las tenés envasadas al vacío sino que tienes que salir a cosecharlas en terrenos desacampados, vírgenes, sin alambrados ni puesteros que te sacan a los tiros y te piden una identificación para visitar a un amigo del alma. (esta frase final la tenía atragantada. Disculpen el exhabrupto).
La 2ª ley de termodinámica nos dice que: La cantidad de entropía del universo tiende a incrementarse con el tiempo.
¿Para qué traigo esto? Los sistemas cerrados se mueren. Los sistemas abiertos se renuevan y se desarrollan. Adquieren nuevas formas de equilibrio, un equilibrio inestable o provisorio. En términos existenciales sería: Una persona que se expone: crece. Uno que se esconde… permanece igual o decrece.
En estas vacaciones conocí personas nuevas, increibles, que me modificaron, que me cuestionaron valores, creencias, paradigmas, me hicieron pensar, sentir, vivir...
Sigo abierto a los detalles más humanos... no he abandonado ideales: la invitación es abrirse hasta la expansión plena, cada uno, en su versión más genuina y original.