Hay una distinción conceptual que me ayudó mucho para entender a los otros y a entenderme a mí mismo. “No soy lo que hago”. Saber esto me ha ahorrado innumerables enojos, angustias, resentimientos, frustraciones, insatisfacciones, y varios sentimientos más, que en ocasiones me habitaban, y me hacían pasarla muy, pero muy mal. Cualquier error en lo que hacía lo interpretaba, directamente, como una falencia de mi propio ser. Cuando era criticado por lo que hacía o decía sentía que toda mi persona era amenazada bajo la condena de opiniones, de juicios, y de sentencias de todo tipo, grupo y factor.
Algunas experiencias me han enseñado que lo que digo es apenas algo de lo que soy y lo que hago es una pequeña expresión de mi ser interior. Y he aprendido que los juicios ajenos, sentencias y condenas hablan más de aquellos que las pronuncian que de la persona a quien se dirigen.
Un enorme sentido de libertad me inunda cuando logro hacer esta distinción. Puedo criticar lo que hago y corregir mis acciones. Puedo reírme de mis errores, hacerme cargo, pedir disculpas siempre dejando a salvo el valor como persona. De esta manera puedo mejorar, crecer, desarrollarme, ofrecer mi mejor versión sin que mi estima se vea maltratada, vapuleada o sacudida.
Mis palabras dicen algo de mí. Pero ocultan más de lo que revelan.
Mis acciones dicen algo de lo que soy, pero nadie puede llegar a la profundidad de la cual brotan.
Mis ideas dicen algo de mí…
Mis emociones revelan algo de mi mundo interno…
Pero siempre queda protegido, cuidado, a salvo, el sagrado misterio de lo que cada uno es…

