
El prejuicio nos lleva a establecer relaciones con personas imaginarias. Abordando las situaciones de la vida con el prejuicio como actitud defensiva genera en nosotros sentimientos y emociones que nos alejan de lo que verdaderamente pasa. El prejuicio genera un mundo propio, a parte, parcial, autista.
Imagino que algo sucederá de una manera y me preparo para eso o intento por todos los medios de evitarla. Me adelanto a los sucesos creyendo en la previsibilidad de las personas. Y, que según lo que yo conozco de esta o aquella, de este o aquel, “esto es lo que va a suceder o lo que me va a contestar, o las decisiones que va a tomar”.
Así nos vamos preparando para recibir el “NO”. Y dejamos de intentar. Ahora… ¿Y, si de repente, lo intento, y me dicen que SI? La sorpresa es tan grande que me quedo paralizado. Estaba tan “armado” para un rechazo que cuando me aceptan no sé qué hacer.
La previsibilidad es la muerte de toda libertad, todo se sabe de antemano y acumulando certezas pretendemos saber todo lo que puede suceder. Así nos vamos cerrando a la experiencia. Nos defendemos de lo real, de lo que puede acontecer “aquí y ahora” con la riqueza y sorpresa que en cada momento la vida me puede traer.
Generalmente imaginamos el peor escenario y para evitarlo, desarrollamos el prejuicio.
Hay mucho miedo a perder el control
Una sensible percepción de inseguridad
A no saber manejar las diversas situaciones
A ser rechazado o ridiculizado
A salir herido, lastimado, maltratado
A quedar expuesto y vulnerable
Para dialogar con mis prejuicios propongo algunas preguntas para desentrañar su mensaje de fondo.
¿Tengo miedo? ¿De qué?
¿Cuál es el peor escenario que me imagino?
¿Siento que algo de mí puede estar amenazado?
Podemos reducir los riesgos. No quisiera cerrarme a la experiencia. Crece el que se expone. Pobre y solo, queda el que se “esconde”.
“¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.” Albert Einstein
… Porque la humildad es una virtud de los valientes…