
Afortunadamente, y habiendo escuchado a mucha gente, ¡descubro a tantos en mi misma situación!
Parece como si estuviéramos programados con el mismo software que nos hace procesar lo que vivimos de la misma manera.
Y a la vez, lamentablemente, somos tantos los que nos auto exigimos a un nivel, en una intensidad, que carecemos de aquello que llamamos: Calidad de vida, que no es otra cosa que descubrir la manera de disfrutar.
A esa exigencia que me impulsa a ir por más la llamaría: ambición. Es buena. Nos desafía. Nos hace corrernos de la zona de confort para aprender algo nuevo, para subir la vara, para ampliar los horizontes, para competir y obtener mejores resultados, para desarrollarnos como personas, para probar nuestro temple, para sentir esa satisfacción de haber podido…
Y la otra… la otra exigencia que nos transforma en nuestros peores enemigos, que descalifica cualquier acción confinándola a la categoría de: “Era lo que debías hacer”. Personas insatisfechas y vacías. Ansiosas y angustiadas. Incapaces de permanecer un instante al amparo de lo conseguido. No hay tiempo para celebrar porque tampoco hay motivos para hacerlo. Este camino lleva a la amargura. Nada llena el corazón de estas personas que están siempre saliendo hacia lo que está por venir… no hay presente. El pasado el vergonzoso y el presente muy vacío… por eso… a correr tras los desafíos para calmar mi sensación de: “Sólo seré valioso cuando logre algo importante”.
Empeñamos la vida, y así se nos va sin poder morder el fruto maduro, sin la capacidad de un Carpe Diem. Recuerda que mañana serás abono para los gusanos… Eso dice el poema en la famosa película…
Articulando libros, sagrados y profanos (no creo en esta división medieval) diría: Disfruta hoy, el mañana se inquietará por sí mismo.
Pero todos queremos disfrutar… la pregunta sigue siendo: ¿Cómo hacer?