He leído con atención tu carta. Hablas del mar y también de la borrasca en que te ves, de la incertidumbre y de la vida. Deduzco que eres muy joven, y hay algo que quisiera contarte sobre eso. Yo tengo 59 años y amo el mar, pero ya sólo navego por el Mediterráneo. Pasó la edad en que me seducían otros mares y otras costas. Con canas en la barba y arrugas en la cara acabé confirmando que mi verdadera patria es ese lugar viejo y sabio, memoria de velas blancas y naufragios, por donde vinieron los héroes, los dioses y las antiguas leyendas que me educaron con rumor de resaca, en playas donde, al fuego hecho con madera de deriva, hombres de manos encallecidas por remos y redes, piel curtida y ojos quemados de sal, fumaban tabaco negro, hervían calderos de arroz y asaban sardinas. Quien no conoce de esas aguas más que las orillas, las cree siempre apacibles, azules, de mansos amaneceres y rojas puestas de sol. Ignora que algunos de los más furiosos temporales pueden desatarse en ellas sin previo aviso: el mar golpeando de manera despiadada, voluble y traidor.
En realidad, ningún mar es mala gente. Es el viento el que lo hace peligroso y mortal. Pero, a diferencia del Atlántico, donde los temporales pueden a veces prevenirse en intensidad, trayectoria y duración, y donde la ola suele ser larga y tendida, más gobernable, el Mediterráneo desata su furia de improviso, con vientos inesperados y una ola corta, asesina, que machaca los barcos y agota a quienes los tripulan. Viví entre marinos desde niño, y me crié con relatos de buques y mar. Nunca olvidé el respeto con que viejos capitanes, curtidos en todos los océanos, hablaban de la mar terrible que los temporales del Norte levantan en el golfo de León. Después, con el paso del tiempo, yo mismo tuve ocasión de comprobar en persona cómo es capaz de golpear el azul Mediterráneo cuando se torna malhumorado y cabrón. Cuando se pone barbas grises.
De una de esas situaciones hablé aquí alguna vez: fue a bordo del petrolero Puertollano, Navidad de 1970, y tuvimos una mar horrorosa doblando el cabo Bon, frente a la costa de Túnez, con olas de diez metros y viento que en la escala Beaufort se conoce como temporal duro, de fuerza 10. En otras ocasiones tampoco escapé a los temibles mistrales del golfo de León o a las noroestadas duras del canal de Cerdeña; con la angustia que supone, en esos casos, estar al mando de tu propio barco, tomando las decisiones, y que éste sea un velero con tripulantes de cuyas vidas eres responsable. Y te aseguro que un mistral de fuerza 8 pegando en la amura de estribor durante horas, con sólo una trinquetilla arriba, la mayor reducida al último rizo y el barco -valiente, fiel y marinero, bendito sea- navegando a ocho nudos escorado hasta el trancanil, dando pantocazos, macheteando entre rociones y rachas la maldita ola corta mediterránea, es algo que, por mucho que ames el mar, puede hacerte renegar de él, de los barcos y de la madre que te parió.
Sin embargo, hay algo bueno en eso. Cuando todo acaba felizmente, si el barco navegó bien gobernado y estás a salvo en aguas tranquilas, hay algo que caldea tu espíritu con legítimo orgullo: pasaste la prueba. Llevaste a puerto el barco, a los tripulantes y a ti mismo. Eres marino. Hiciste las cosas como debías, y ahora estás a salvo. Librado a tus propias fuerzas, con los dientes apretados, sin aspavientos, estuviste allá lejos, donde nadie puede decir basta, oigan, paren esto que me bajo. Y, por mucho título de capitán de yate que tengas en casa, posees el mejor certificado náutico del mundo: saliste vivo, con tu barco. Porque si es verdad que el mar, cuando se lo propone, acaba matando a cualquiera, incluso al mejor marino, también es cierto que primero liquida a los torpes, a los arrogantes y a los imbéciles; a quienes carecen de la suficiente experiencia o la humildad -que allí son sinónimos- para comprender que el mar, reflejo exacto de la vida, con sus borrascas imprevistas y sus arrecifes acechando en alguna parte, es lugar peligroso. Y que una saludable y constante incertidumbre, la desconfianza de quien se sabe siempre en territorio enemigo, ayuda a mantenerse vivo.
Y, bueno. Eso es todo, o casi. Sólo quería decirte que, lo mismo que el mar, espejo de la vida, también la tierra firme -engañosamente firme- tiene borrascas perfectas que discurren por el corazón del ser humano, probándolo, tanteando su resistencia y su coraje. Y que no hay mejor adiestramiento y ojo marinero para enfrentarse a ellas, aparte de una saludable incertidumbre, que la lucidez, la tenacidad y la cultura. Ellas te ayudarán a sobrevivir entre tus particulares temporales de fuerza 8. Y en el peor de los casos, si no queda otra, a perderte con tu barco luchando hasta el final, silencioso y sereno como un buen marino. Con el consuelo de que lo hiciste todo lo mejor posible.
Por Arturo Pérez-Reverte: El autor, español, es periodista, escritor y miembro de la Real Academia Española
Gracias Arturo! Haz dejado al descubierto cuanto mar y viento llevo en el alma.
Gracias Juan por enviarme este texto!
domingo, 22 de mayo de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Gonzalo, mientras leia esta nota pensaba en este poema. Ambos hablan de la fuerza de las aguas que pueden violentarse y solo un hombre con paz y humildad puede atravesar.
Navegar tus ríos
Desearía poder tener una barca
para poder navegar los ríos de tu cuerpo
poder pasar esa frontera que has puesto
aunque sea de forma ilegal.
Ya no pediré permiso, solo quiero cruzar.
Lo haría como cualquier naufrago
pero aun no me animo a nadar.
Muéstrame aunque sea un madero
algo que me sirva de sostén.
No se con que fuerza tus aguas me van a enfrentar,
en caso los ríos enfurezcan su camino al bajar
No puedo arriesgar mi vida así
sin saber que hay detrás del valle que me dejas ver.
Tengo temor a encontrar un precipicio
por debajo de las cataratas tu río me mostró.
Se que tus aguas pueden ser violentas
pero también se como se las pueden calmar.
Jamás tendré temor
Solo respeto a los ríos de tu cuerpo
Tomás Thibaud
28 de mayo de 2003.
Muy Bueno Tomás!!!
Gracias por compartir algo tan bueno y de tu autoría.
Abrazo grande
Inspirador,y fuerte como tu dijiste
ay pocas personas que saben apreciar el significado de las palabras y hay otras que saben bien reflejar sus pensamientos en textos para satisfacer al lector,
espero leer mas de estos textos.
Suerte
Quien tuviera taanto domino de si, que caminar sobre el mar sin undirse...
Quien tuviera tanta paz que calmara la tempeztad con solo ordenarselo...
Quien conociera tan a fondo el mar que supiera donde se amontonan los peces para pescarlos...
Publicar un comentario