jueves, 18 de junio de 2009

Hacia una mejor versión

Cuando una verdad, por más pequeña que sea, llega a inundar el alma, se experimenta como una revelación.


Esta frase, palabras más, palabras menos, llegó a mí hace muchos años. Fue un prisma a través del cual pude entender la irreversibilidad del proceso de convertirse en persona. Cada vez que una verdad me revelaba su esplendor yo ya no volvía a ser el mismo. Esos instantes de iluminación partían la historia en dos. Había un antes y un después a ese acontecimiento revelador. Esos acontecimientos me quitaban lo que hasta ahora había atesorado y me entregaban cosas nuevas a modo de semilla, promesa, nueva percepción o diferente perspectiva. En cada paso se debe abandonar alguna magia y se debe desprender alguna querida ilusión de seguridad. Las verdades reveladoras crean y aniquilan. Te ponen ante un duelo y te entregan una vida sin estrenar. A lo largo de sucesivas y pequeñas verdades reveladoras fui confirmando una convicción: “Ya no hay vuelta atrás. Ya no soy el mismo.”


No puedo volver a viejas formas de pensar, de sentir, de ser, de existir. Me encuentro ante el desafío de recorrer caminos desconocidos, en la temerosa sensación de creer que no cuento con los elementos y recursos para lograrlo.


Crecer tiene algo de ir perdiendo el control, de aumentar la confianza, de entregarse al destino, de soportar lo indefinido, de convivir con lo que no está resuelto, de abrirse cada vez más a la experiencia.


Puedo sintonizar con esta fuerza que me impulsa, aún dormido, a ir más allá, a explorar nuevas sendas, a embarcarme en proyectos y aventuras. Puedo también cerrarme a toda posibilidad y retrasar la acción de mi tendencia natural a crecer. Me animo a decir que en algún momento las resistencias se debilitan y la fuerza vital muestra su mejor carta de triunfo haciéndonos pasar a una etapa mejor, más plena e integrada, más asumida, más nuestra.


La vida de una persona no la podemos atrapar en una caja. Crece y fluye como un río por su cauce. Empuja cuando encuentra límites que ya no le sirven, se desborda, inunda, arrasa, y sigue abriendo nuevos cauces. Es irreversible crecer. Es doloroso, placentero, te llena de temor, te hace saltar de alegría, y en la convivencia de estos y varios contrarios más, nos vamos acercando a lo que nos gustaría ser; vamos dando a luz y presentando, una mejor versión de nosotros mismos.